Espero cada tren
con miedo a perderlo,
no sé por qué lo
hago,
tal vez me evada
viajar,
tal vez espere
descarrilar.
Llega el ocho al
andén
no conozco su
destino
pero subo sin
pensarlo
ante mil ojos que
me ven.
La maquina se
pone en marcha
y la estación
saca su pañuelo
pero no llora, lo
tira al suelo
me entra el
sueño, el traqueteo engancha.
Un fuerte ruido
me despierta
no hay nadie en
el vagón.
Bajo el túnel esa
luz blanca
mi destino señala.
He podido comprobar que estos días estás sembrao escribiendo. Éste es el que más me ha gustado de los que leído, a pesar del tono gris y desesperado que desprende.
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